María –nombre ficticio-
nació en un país de África central, en una familia de clase media cuya
situación le permitía estudiar y llevar una vida normal. Acababa de terminar
bachillerato y quería ser enfermera cuando empezó su particular infierno. Una
de sus tías le habló de una beca del gobierno español para estudiar aquí la
carrera, con todos los gastos pagados y así volver a casa con un título
europeo. Y María partió. Lo que no sabía es que su tía acababa de venderla. Al
llegar, le infundieron terror amenazándole: o se prostituía hasta reunir una
cifra astronómica o matarían a su familia.
Según la RAE;
‘trata’ es el “tráfico que consiste en vender seres humanos como esclavos”, un
negocio muy lucrativo aún hoy en pleno siglo XXI. La OIT (Organización
Internacional del Trabajo) estima que 20,9 millones de personas son víctimas de
trabajo forzoso en todo el mundo.
¿Qué sucede cuando
la policía desarticula una red de tráfico de drogas y se encuentra además con
estas mujeres, engañadas y sin documentación? La ley no permite expulsar a
personas que han venido engañadas a España, porque no es lo mismo trata de
personas que tráfico ilícito de migrantes. En el primero no existe
consentimiento y no tiene por qué ser transnacional. Además la trata implica la
explotación persistente de las víctimas.
La Comunidad de
Madrid no tiene recursos propios sino que deriva a las mujeres a centros donde
les atienden integralmente. Estos proyectos están gestionados nada menos que
por religiosas. Yo he podido conocer Villa Teresita, regido por las Auxiliares
del Buen Pastor y el Proyecto Esperanza, de las Adoratrices de Santa María
Micaela.
Ambos centros tienen
su estilo particular, aunque trabajan de forma parecida. Las religiosas y las
mujeres comparten casa, mesa y televisión creando así clima de familia. El
proyecto Esperanza divide la atención en fases de emergencia, trabajo y
seguimiento, mientras que Villa Teresita lo hace en áreas: sanitaria, jurídica,
terapia psicológica y formación laboral. Diferentes formas para un mismo fin: que
las mujeres vuelvan a tomar las riendas de su vida libremente.
Concha es una madre
de familia trabajadora que desde hace tres años es voluntaria en el Proyecto
Esperanza. Es ‘veladora’, es decir duerme con ellas una noche cada dos semanas
porque las chicas no pueden estar solas en esta primera fase de emergencia. “Sólo
acompaño y cenamos juntas, comemos pipas mientras vemos unas telenovelas
terribles, nos pintamos las uñas… Es una etapa de descanso y relax porque
vienen de situaciones muy estresantes”.
En esta fase, las
chicas reciben cursos de español, talleres de habilidades sociales, de
autoestima, de relajación… También reciben atención psicológica, médica y legal
y se les proporciona un salvoconducto para que puedan moverse por Madrid.
Geña es una joven
religiosa de Villa Teresita de sonrisa constante y mucha energía. Cuando le
pregunto por la convivencia me cuenta que a veces las chicas dicen que vuelven
a una hora y llegan mucho más tarde. “Al decirles que tienen que cumplirlo,
primero se enfadan, pero poco a poco lo entienden. No están acostumbradas a
tener a alguien que les espere”.
Ambos proyectos se
extienden por diferentes ciudades de España. Concha recuerda en un encuentro
nacional cómo unas señoras mayores contaban su trabajo en Algeciras. Habían
montado en la parte trasera de un par de furgonetas una ‘salita’ a la que
invitaban a prostitutas de carreteras y polígonos para que entraran en calor.
Así les acompañaban, les hacían saber que no estaban solas y que podían salir.
Estos hogares son
auténticos refugios de las mafias que tanto daño les han hecho y un entorno
perfecto para volver a vivir.
Más información: Villa
Teresita (91 300 21 08) y Proyecto Esperanza (http://www.proyectoesperanza.org/)